miércoles, 5 de junio de 2013

Rosana

I
 Tenía las manos cubiertas de sangre seca. El aturdimiento nublaba mis sentidos mientras que la sequedad de mi boca se hacía insoportable y escocía en mi garganta. El hedor a alcohol y las nauseas me hacían sentir cada vez más mareado. La conciencia y la lucidez trataban de abrirse paso a través del aturdimiento, pero era como tratar en vano de ver por una ventana polvorienta. Decidí sentarme sobre la cama a ver si lograba pensar con más claridad, pero sólo conseguí que la habitación me diera vueltas y un estallido de dolor en la cabeza que me nubló la visión por completo. Empecé a toser compulsivamente y unas violentas arcadas hicieron que me contorsionara hasta que de pronto el contenido de mi estómago cubrió por completo la raída alfombra que yacía a un lado de la cama. Tambaleándome logré llegar hasta el baño, bebí desesperadamente agua del lavamanos y a pesar del sabor a tubería vieja se sintió como una bendición en mi garganta. Acto seguido me senté sobre la poceta y contemplé con estupor mis manos cubiertas de sangre, tenía un color oscuro y estaba apelmazada en las líneas de mis manos, como resaltando de un modo siniestro e incomprensible los presagios de la quiromancia. El olor metálico y nauseabundo de la sangre era inconfundible, aunque aún estaba aturdido no quedaba lugar a dudas de que lo que había en mis manos era sangre, al igual que eran gotas de sangre seca las que adornaban mi amarillenta camisa. ¿Pero cómo había llegado esa sangre a mis manos? He ahí la pregunta del millón, no tengo la menor idea. Al igual que no sabía tampoco como había llegado a este hotelucho de mala muerte. Lo conocía, claro que lo conocía, es uno de los más baratos de Sabana Grande y he pasado la noche aquí miles de veces, después de tomar licor barato en cualquier bar del callejón de la puñalada. Se llama Motel Rosana y siempre pensé que esta ruina era un insulto para todas las mujeres llamadas Rosana, pero no para aquellas meseras ebrias que acudían a los cuartuchos del Rosana a hacer el amor con sus clientes, ni para las prostitutas que más de una vez vi entrar con el maquillaje corrido y enfundadas en vestidos baratos mientras luchaban por mantener el equilibrio sobre los coloridos tacones, al tiempo que yo me dirigía, como siempre, a pasar la noche acompañado de mi soledad y de mis pensamientos. Las estudiantes que entraban con sus novios eran distintas, parecían sentirse avergonzadas de estar allí y por eso se escondían tras grandes lentes oscuros o jugaban nerviosamente con sus cabellos mientras que se inspeccionaban minuciosamente la punta de los zapatos. Generalmente eran reconocibles por su juventud y sus ojos de asombro, solían vestir jeans y Converse sin lavar, a veces llevaban también un morral a la espalda o algún pesado libro bajo el brazo. Con este pensamiento, destellos de recuerdos provenientes de la noche anterior fueron viniendo a mi cabeza como diluidas fotografías. Una estudiante, muy bonita, se acerca a pedirme tímidamente un cigarrillo, yo me sentí sorprendido y abrumado por su belleza (no era común que las mujeres me dirigieran la palabra, menos aún si eran tan jóvenes) así que quise agradarla y le ofrecí a forma de regalo mi caja de Belmont con yesquero y todo. De inmediato soltó una risa un poco burlona, pero su expresión se mantuvo dulce y me dijo que sólo tomaría dos. Inmediatamente empecé a reprenderme mentalmente por ser tan chupamedias y a sentirme torpe frente a su juventud, su desenfado y su belleza. Sólo soy un viejo patético, un curtido detective privado cuyo tiempo de gloria nunca llegó y al que mantienen en la agencia por lástima o como mero acto simbólico, quizás, ya que todos los casos importantes son asignados a los investigadores jóvenes llenos de vitalidad, energía y astucia. Una nueva oleada de vómito me saca de mis pensamientos y me acuesto en el duro piso del baño hasta que el sueño se apodera de mí. Tuve una pesadilla en la que la estudiante iba vestida como una de las prostitutas, su piel era marchita y grisácea, las ojeras marcaban su rostro y los hombres le gritaban piropos vulgares a su paso, ella no parecía escucharlos y sólo recogía desesperadamente colillas del piso y las fumaba con ansiedad mientras me miraba con ojos inyectados en sangre y se tambaleaba sobre unos desvencijados tacones. Mi ropa se empezó a teñir de un líquido rojo y mi nariz percibe un penetrante olor a sangre que me provoca unas fuertes ganas de vomitar, escupo en la acera y mi saliva es roja, como lo son también las lágrimas de la estudiante que me mira con expresión desencajada… Me desperté jadeando y aún yacía sobre las losas desniveladas del baño. Me incorporé y por fortuna pude corroborar que los mareos y las nauseas ya no estaban, aún dolía la cabeza y por supuesto, la sangre seguía sobre mis manos como un cruel recordatorio de aquello que no podía recordar. Me di una ducha rápida que me dejó en el cuerpo ese olor particular a jabón de hotel, me vestí y ya sin la molesta sangre en mis manos me fumé un cigarro mirando al vacío. Tendré que resolver este caso, pensaba, así sea para reportármelo a mí mismo lo resolveré, me dije. Me miré al espejo mientras me ponía mi vieja chaqueta raída y sólo pude pensar que lucía como un viejo patético, sin embargo, después de mucho tiempo de existencia gris y mecánica sentí que tenía un propósito: averiguar qué pasó la noche anterior. Abrí la puerta chirriante y bajé las desvencijadas escaleras del motel. Decidí parar a comer algo rápido en el camino antes de ir a dar una vuelta al callejón de la puñalada a ver si podía averiguar algo de lo sucedido anoche. Al abrir la puerta del bar La Taberna sentí que todos los presentes voltearon a verme con mirada acusadora; quise dar la vuelta sobre mis pies y regresarme por donde había venido, pero ya era muy tarde para ello y no quería levantar sospechas. ¿Sospechas de qué? ¿Es que acaso yo había hecho algo? Me convencí a mi mismo de que estaba teniendo pensamientos paranoicos fuera de lugar y caminé lentamente, tratando de parecer lo más natural posible, hasta acomodarme en una de las mesitas del rincón. Ordené un trago de vodka y apenas me acerqué el vaso a los labios sentí un profundo asco, los efectos de la resaca aún se hacían sentir. Sin embargo, me obligué a tomarlo de un solo trago, después de todo no tenía más nada que hacer y necesitaba aclarar la mente. Encendí un cigarro y contemplé la cajetilla fijamente como ´para entretener la vista en algo, le di la vuelta a la caja y entonces mi corazón dio un vuelco: había 3 huellas de sangre en forma de dedos que parecían coincidir en forma y tamaño con mis propios dedos. Esto no podía significar nada bueno, me dije, y pedí otro trago y luego otro, y así sucesivamente hasta llegar al quinto. Sentía el aguardiente subiéndose a mi cabeza y acalorándome las mejillas, decidí ir al baño antes de pagar la cuenta e ir a otro bar cercano, donde quizás encontraría algún indicio que claramente estaba ausente de La Taberna, donde sólo había encontrado la compañía de los tragos y mis cigarrillos. Al salir del baño, me quedé paralizado al fijar la vista en una de las mesitas del centro: ahí estaba ella, la estudiante.

 II

 Mi corazón latía desaforadamente y me quedé estático mirándola, parecía charlar acaloradamente con un joven de su edad y su mirada parecía reflejar alguna clase de preocupación mientras que fumaba ansiosamente, casi como en mi pesadilla. Acto seguido el joven que la acompañaba se levantó y se dirigió hacia donde yo estaba, por un momento pensé que venía a decirme algo pero no fue así, sólo iba al baño. Decidí que era mi oportunidad de acercarme a la estudiante y lo hice, pero cuando ella se percató de mi presencia se puso notoriamente incomoda y comenzó a mirar a todos lados, en consecuencia yo comencé a apurar mi paso antes de que su acompañante saliera del baño y perdiera mi oportunidad. Cuando ya estaba a punto de llegar a su mesita, ella tomó su bolso y salió corriendo del lugar, yo me quedé donde estaba atrapado por la sorpresa pero transcurridos unos segundos me recuperé y salí tras ella. Una vez que estuve en la calle la vi corriendo unos 10 metros más adelante de mí, empecé a seguirla a la mayor velocidad que me permitían las piernas, pero mi edad y mi pobre condición física me tenían en clara desventaja. Rápidamente empezó a faltarme el aliento, sentía ardor en los pulmones y una punzada en el estómago, maldije en mi interior cada cigarrillo que había fumado, pues casi podía sentir que me ahogaba. A pesar de todo, no la había perdido de vista y eso me daba fuerzas para seguir corriendo y tratar de ignorar el agotamiento. Ella se internó en el Bulevar de Sabana Grande y yo la seguía unos metros más atrás, de vez en cuando ella giraba la cabeza y al encontrarse con mi mirada aceleraba aún más su carrera obligándome a hacer un esfuerzo casi sobrehumano para incrementar mi velocidad. De pronto, un hombre salió corriendo de la nada a la altura del Gran Café, llevaba algunos paquetes en las manos y una de las buhoneras que vendía su productos tendida en el piso chillaba y gesticulaba señalando al hombre, casi de inmediato varios hombres salieron tras el que llevaba los paquetes, e incluso algunos abordaron sus motos para unirse a la persecución. Las gente en los alrededores no sabía que pasaba y empezaron a correr en todas las direcciones pisando las mantas con los productos de los buhoneros que se quejaban a toda voz, un señor que tocaba un viejo violín con la esperanza de obtener monedas de los transeúntes aceleró el ritmo de su música vertiginosamente mientras que la muchedumbre corría en todas direcciones llevándose lo que había a su paso. Los niños lloraban, las mujeres gritaban, los hombres amenazaban y proferían improperios, los bailarines de break dance trataban de recoger apuradamente sus cornetas y todo se había convertido en un verdadero caos. El flujo de personas había interrumpido el paso a la estudiante que trataba de esquivar a la gente y seguir su camino, pero el barullo le había hecho perder su ventaja y me encontraba realmente cerca de ella, desesperada hizo un último intento por huir pero ya era tarde, la tenía sujetada por ambos brazos mientras respiraba agitadamente y luchaba por recobrar el aliento. Trató de zafarse y de gritar, pero en medio del alboroto resultó totalmente inútil. La aparté de la muchedumbre y le dije mientras que luchaba por respirar que sólo quería hablar con ella, que no iba a hacerle daño bajo ningún concepto. A ella se le aguaron los ojos y aflojó los músculos de los brazos, tras un largo suspiro me miró con resignación y dijo con voz queda: hablaré contigo.

 III

 A pesar de su evidente juventud, la frescura de su piel cremosa y el brillo de su cabello largo, la estudiante tenía una mirada curtida, culpable, ansiosa, que parecía reflejar un alma tan vieja y tan miserable como la mía, no parecía para nada la mirada de una muchacha de veinte años, que es más o menos la edad que su cuerpo aparentaba tener. Sobrecogido por su particular mirada, le pedí que entráramos a la Tasca Roque a hablar más tranquilos, ella abrió bastante los ojos y se negó rotundamente. Alegó que el amigo que había dejado sin avisar en La Taberna probablemente saldría a buscarla en todos los alrededores y que no estaba en condiciones de darle explicaciones en este momento, por lo que necesitábamos conseguir un lugar privado para hablar. Sólo pude pensar en el cuartucho del Motel Rosana y sentí vergüenza al sugerírselo pues no quería que pensara que tras mis palabras se escondía alguna proposición de otro tipo. Sin embargo, ella pareció tomarlo con naturalidad y echamos a andar hacia allá, acompañados de las gotas de sudor y el cansancio que nos había quedado de la carrera desde La Taberna. Finamente llegamos al lugar y entramos, la recepcionista estaba como siempre tras su escritorio con su mirada hostil y su apariencia desaliñada; se llamaba Teresa, era una mujer gorda, de piel oscura y cabello cano, pasaba los 50 años y nunca solía ser muy amable, miró con sorpresa a mi acompañante y la estudió detenidamente, era la primera vez que yo no venía solo al Rosana y la mirada de Teresa a la estudiante me hizo sentir bastante incómodo. Tras la sorpresa inicial, me dirigió una dura mirada de desaprobación y recibió el dinero en silencio, tras una última mirada de inspección a la estudiante me entregó la llave de la habitación sin mediar palabra y encendió un tabaco Corona de los que siempre acostumbraba fumar y que solían hacerla ver como una aparición africana envuelta en un penetrante humo que se abría paso sinuosamente hasta los cuartuchos, donde ya la gente estaba acostumbrada a hacer el amor envuelta entre el polvo y el humo del tabaco. Una vez en la habitación la estudiante entró directo al baño y bebió agua del grifo, tal cual como yo lo había hecho hace unas horas, arrugó un poco la cara y regresó con una expresión turbada a sentarse en el borde de la cama. Yo también fui a tomar agua del grifo y a enjugarme el sudor de la cara, una vez de regreso en la habitación me senté en el viejo taburete justo al frente de la estudiante, encendí un cigarrillo y le ofrecí uno a ella que lo tomó y se empezó a reír de manera un poco histérica durante un rato, tomó el yesquero y una vez que parecía haberse recuperado me dijo en un tono amargo: así empezó todo, ¿no? Yo recordé de inmediato mi torpe intento de regalarle la caja de cigarrillos y el yesquero y me sentí bastante avergonzado, frente a ella me sentía débil, patético, sin poder ni control de mi mismo. Ella no pareció notarlo y se aclaró la garganta, luego me dijo que lo lamentaba mucho ¿pero qué es lo que lamentas? –La interrogué. ¿En realidad no lo recuerdas? –Preguntó con evidente tono de sorpresa. Yo negué con la cabeza mientras aspiraba una larga bocanada de humo. ¿Qué ha pasado anoche? –Insistí. Como única respuesta obtuve su llanto y se echó en la cama. Decidí darle su tiempo para recuperarse, a pesar de mi fuerte deseo por averiguar lo sucedido. Tomé una ducha rápida y al salir la encontré sentada en la cama y –en apariencia- más tranquila. Esta vez no tuve que preguntarle nada, apenas me vio comenzó con voz clara y pausada su relato. Nada podría haberme preparado para lo que estaba a punto de escuchar.

 IV

 Cuando era niña vivía sola con mi madre en una casita ubicada en La Candelaria, a mi padre no lo conocí, al parecer era un cliente asiduo de mi madre que le prometió “sacarla de la mala vida” y ante la noticia de su embarazo salió huyendo. El punto es que mi mamá siguió ejerciendo la prostitución tras mi nacimiento, pero ya no tenía tanto éxito entre los hombres porque el embarazo le había hecho perder la firmeza de sus atributos, es por esto que yo también tuve que trabajar. Desde que tengo uso de razón he vendido chucherías en el centro, periódicos, Kinos, conservas y todo tipo de cosas. Una vez que tuve un poco más de edad ayudaba a algunas señoras de los kioscos a barrer o a vender empanadas después de la escuela, allí pasaba la tarde y cuando ya oscurecía me iba a casa con algunas monedas ganadas en el bolsillo. Mamá llegaba mucho más tarde que yo, así que a veces no me apuraba en ir a casa y me gustaba ir al Puente de la Fuerzas Armadas a ver los puestos de libros que habían allí y a aprovechar el descuido de algún vendedor para hacerme con algún libro, que ocultaba bajo mi ropa antes de alejarme silbando. Desde temprana edad desarrollé un gran gusto por la lectura, pues todos los mundos que había en los libros me parecían mejores, o por lo menos más interesantes que el mío propio en el que tenía que trabajar e irme a la cama muchas veces con el estómago vacío. Me encantaba leer, pero era un gusto que no me podía pagar así que lo mantenía gracias al descuido de los vendedores, me sentía a veces un poco culpable pero luego me consolaba pensando que ellos tenían grandes torres de libros y no lo echarían de menos. Mamá se dio cuenta de mi gusto por la lectura, comenzó a trabajar horas extra y el día de mi cumpleaños me sorprendió regalándome una bibliotequita con algunos títulos, fue un día muy feliz. Mamá nunca me ocultó su profesión, al contrario, decía que no le apenaba hacer lo que hacía si eso iba a permitir que yo continuara la escuela y algún día fuera a la universidad, “tú vas a ser mejor que yo” me decía siempre. Yo no entendía bien que era la prostitución, pero si sabía que mamá se veía con muchos hombres aunque nunca los traía a la casa. No veía su profesión como algo malo, pero también sabía que no era algo bueno porque mamá rara vez estaba en casa y cuando estaba siempre lucía cansada y con grandes ojeras. Me causaba mucha impresión que a veces llegaba con un ojo morado o con la ropa desgarrada, pero ella sólo me decía que “eso no era nada” y que me fuera a mi cuarto a leer. El día que cumplí los 11 años, mamá quiso ir conmigo a la Fuerzas Armadas a obsequiarme algunos libros, pero en el camino unos borrachos agitaron sus latas de cerveza y nos las vaciaron encima, se reían y se referían a mí como “la hija de la puta”. Esto enfadó mucho a mamá que chilló y los insultó mientras blandía los puños contra ellos, pero estos hombres eran muy grandulones y uno de ellos se la quitó de encima con un fuerte golpe en la cara que la derribó al piso. Los otros se rieron a grandes carcajadas y el que la había golpeado exclamó: ¡No te la vengas a tirar de digna, puta! ¡Tus favores valen menos que una moneda, y así también será tu hija! Se alejaron bromeando y riéndose, mientras yo ayudé a incorporarse a mamá que lloraba inconsolable y sangraba por la boca. Yo estaba muy asustada y nos fuimos a casa, no hubo libros ni risas y no fue un cumpleaños feliz. Al entrar a casa mamá dijo: Tú no vas a terminar como yo, tú vas a ir a la universidad y yo voy a conseguirte un papá respetable que ponga a valer esta familia. Efectivamente, transcurridos unos meses mamá trajo un hombre a casa, dijo que era su esposo y que de ahora en adelante viviría con nosotras. Yo me quedé pasmada y mamá me preguntaba si no me alegraba tener un papá. La verdad es que no me alegraba, siempre habíamos sido mamá y yo, no entendía por qué tenía que vivir este extraño con nosotras, pero ella decía que era lo mejor, que yo podría dedicarme sólo a la escuela y ella no tendría que trabajar más en las calles. Ciertamente ella no trabajó más ni yo tampoco, León traía todo el dinero a casa pues supuestamente tenía un “buen trabajo”. Sin embargo, mamá nunca estaba feliz porque León bebía mucho y la golpeaba cuando se enfadaba. León no era bueno conmigo tampoco, cuando yo lo escuchaba llegar del trabajo y sentía el sonido de sus pesadas botas retumbar en la sala me iba corriendo a refugiarme en mi cuarto, realmente le temía. La casa dejó de ser una casa y yo me refugié en mis estudios para pasar el menor tiempo posible allí, una vez que tuve la edad de entrar en la universidad afortunadamente lo conseguí e ingresé a estudiar Artes en la Universidad Central de Venezuela. Mamá lloró de alegría y dijo que estaba orgullosa de mí, León sólo hizo una mueca de desdén mientras tomaba otra cerveza y veía con interés una película para adultos en la televisión. Poco antes de iniciar las clases en la universidad la salud de mamá decayó considerablemente y tuvo que ir al médico, al parecer tenía Sida en etapa avanzada y no había remedio para ella. León se puso como loco con la noticia y comenzó a arrojar contra las paredes todos los trastos, ¡Esto me pasa por meterme con una puta! –Gritó antes de salir dando un portazo. Con el pasar de las semanas mamá iba de mal en peor, poco a poco perdió el habla y quedó postrada en la cama, su espalda y piernas se llenaron de llagas y a pesar de mis esfuerzos por atenderla, no mostraba ni una leve mejoría. Murió al poco tiempo. Me quedé sola en casa con León que no hacía sino beber y maldecir en voz alta, cada día era en verdad una tortura yo no quería estar cerca de él pero no sabía a dónde ir ni sabía cómo hacer que él abandonara la casa. Una vez más mi refugio fueron los estudios y comencé a pasar todo mi día en la universidad o con los amigos en los bares, en realidad cualquier cosa era mejor que estar en casa. Una noche llegué pasadas las 09:00 pm y León me esperaba sentado en el mueble con una botella de ron en la mano. Me sorprendió verlo allí porque cuando yo llegaba por lo general el ya estaba durmiendo. Me dijo que tenía hambre, con desprecio le preparé un sándwich porque me sentía obligada a ello ya que el mantenía la casa. Cuando se lo di me jaló del brazo y me tumbó en el mueble de la sala, me dijo que ya era hora que empezara a atenderlo como lo hacía mi madre pues estaba en deuda con él por todos los años que nos había mantenido y por hacerse cargo de los gastos del entierro. Me sentí asqueada por él y me propuse conseguir a donde irme lo más rápido posible, sin embargo para quitármelo de encima le dije que todas las mañanas dejaría comida hecha y los fines de semana encontraría su ropa lavada. Me levanté del mueble y una vez más tiró de mi brazo hasta hacerme sentar, me dijo que eso le parecía muy bien pero que estaba dejando por fuera algo. Yo lo miré con incredulidad pues creía saber a lo que se estaba refiriendo. No me equivoqué, se acercó a mí con su pestilente aliento a aguardiente y me dijo que yo tenía que ser su mujer, que si no para qué me mantenía y que la puta de mi madre lo había jodido con el Sida. Me empezó a besar a la fuerza mientras buscaba arrancarme la ropa y yo pataleaba y trataba de zafarme, sin embrago fue en vano. León era un hombre corpulento y con mucha fuerza, pudo dominarme en poco tiempo y antes que me diera cuenta estaba encima de mí. Me arrancó la ropa y me escupió la cara diciendo que era una puta como mi madre y me lo merecía, quise llorar y gritar pero sólo me quedé callada conteniendo las lágrimas ligando que todo esto terminara lo más rápido posible. No tardó mucho tiempo en eyacular y cayó en el mueble como desplomado por los efectos del alcohol, apoyando parte de su peso en mí, he ahí la repugnancia de mi primera vez. Como pude me salí del mueble, me metí a bañar para deshacerme de cualquier rastro de ese cerdo y aunque hubiera deseado quedarme en la ducha para siempre, sabía que tenía que huir de ahí antes que el despertara. Me vestí y al pasar por la sala León roncaba pesadamente en el sofá, quise matarlo y tomé un cuchillo de la cocina para cortarle el cuello como lo había visto en las películas, pero una vez que estuve cerca de él me faltó el valor, dejé caer el cuchillo y salí sollozando por la puerta sin rumbo fijo. Casi por inercia llegué a La Taberna a ver si había algún amigo o conocido con quien sentarme a charlar pero no fue el caso, moría por un trago o un cigarrillo pero no tenía nada de dinero. Decepcionada y sin saber que hacer salí del local y afuera estabas tú dispuesto a regalarme tu caja de cigarrillos, lo cual me pareció un exceso de bondad o un exceso de ganas por tenerme, pero al ver tu nerviosismo pude ver que era la primera opción. Tras fumarnos los cigarrillos charlando trivialmente, pareciste darte cuenta de que algo no andaba bien conmigo y me invitaste a tomar un trago. Acepté sin rechistar y bebimos toda la noche, te conté de mi universidad y de mi madre muerta, mientras que tú me contabas de la agencia de detectives y de cómo pasabas tus noches de hotel en hotel, entre ellos el Rosana. Par de solitarios haciéndose compañía en un bar de Caracas, no tuvo por qué haber pasado de la futilidad o la intrascendencia de ese encuentro, pero el alcohol estaba desestabilizando mis emociones y reviviendo en mi mente una y otra vez lo que acababa de vivir con León, por lo que me eché a llorar. Tú balbuceaste algo sobre que lo sentías si habías dicho algo malo y de pronto no aguanté más y sin saber por qué, las palabras empezaron a salir de mí sin control hasta ponerte al tanto de todo lo que había sucedido. Tú fuiste muy receptivo y apretaste los puños indignado, me dijiste que eso no se podía quedar así, que alguien tenía que poner en su lugar a ese monstruo y hacerlo pagar, de pronto yo me cegué y supe que eso era precisamente lo que quería: hacerlo pagar. Seguimos bebiendo y no sé cómo ni con qué palabras, pero yo te convencí de matar a León. Tú no querías al principio pero quizás envalentonado por los tragos o conmovido por mis lágrimas me dijiste que sí, que por una vez en tu vida harías algo útil, así eso significara resolver un caso con tus propias manos. Tomamos un taxi hasta La Candelaria, abrí la puerta de la casa con cautela por si acaso León había despertado pero no era así, seguía roncando casi en la misma posición que cuando yo había salido. Lo vi y sentí ganas de llorar y gritar, mi ropa desgarrada aún estaba en el piso y un temblor se apoderó de mí. Tú entraste tambaleante y al ver mi estado y mi ropa en el piso tomaste el cuchillo que yo había sostenido en mis manos hace unas horas y te acercaste al monstruo. Parecías dubitativo pero cuando volteaste a mirarme sólo pude ver en tus ojos decisión y así sin más, cortaste el cuello de León. El no opuso resistencia, había sido como llevar a un cerdo a un matadero, el contacto con el cuchillo lo sacó brevemente de su pesado sueño pues abrió mucho los ojos y emitió una especie de chillido ahogado antes de cerrar sus ojos para siempre, mientras que su maldita sangre contaminada de Sida que ahora debía correr por mis venas se esparramaba por el mueble. Le clavaste unas cuantas cuchilladas más, quizás para asegurarte, y tus manos quedaron totalmente cubiertas de sangre. Asustada e incrédula con lo que acababa de suceder te empujé fuera de la casa y le saqué la mano a un taxi que se aproximaba por la avenida. Prácticamente te empujé dentro del viejo Malibú, miré a los ojos al taxista haciendo un esfuerzo por aparentar que todo estaba bien y le dije: Se ha pasado de tragos, llévalo al Motel Rosana.

 V

 Todo esto me cayó como un balde de agua fría, la estudiante me miraba como esperando una reacción pero yo era incapaz de reaccionar. Yo había matado a alguien, mis manos le quitaron la vida a un hombre, qué se supone que haría ahora. De pronto entendí el por qué de la mirada curtida y miserable de la estudiante que opacaba su belleza y le confería un tono triste y como de persona mayor. ¿Me busca la policía? –Le pregunté-. –No lo sé, salí temprano de casa y dejé ahí el cadáver de León, no sabía qué hacer. Pasaron largos minutos durante los cuales nos contemplamos en silencio, sólo se escuchaba el tic-tac de mi viejo reloj de pulsera, sabía que estaba perdido. Suspiré mientras sacaba un cigarrillo y ofrecía a la estudiante el último de la caja. Fumamos sin hablar hasta que derribaron la puerta. Cuatro hombres armados con uniforme policial me apuntaron mientras me gritaban que me pusiera de pie con las manos en la cabeza. Tras de ellos estaba Teresa envuelta en su humo de tabaco y un muchacho que segundos más tarde reconocí como el acompañante de la estudiante en La Taberna. Me veía con miedo y le gritó a la estudiante: ¡Estás a salvo ahora, ya les conté todo! La estudiante, por su parte, me miraba con terror y culpa, pero yo pensé que era un trato justo del destino que una chica joven tuviera la oportunidad de vivir mientras que un hombre viejo caía en la muerte de la prisión. Mientras los policías gritaban cosas que no podía descifrar y me colocaban las esposas en las muñecas, la estudiante seguía sentada en la cama con lágrimas en los ojos. ¿Cómo te llamas? –Alcancé a preguntarle antes que me sacaran de la habitación. Rosana. –Contestó con un hilo de voz.

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